L. 111255.- CANUTO NICOLÁS MARTINENA FLAMARIQUE, nació en Tafalla a las cuatro y media de la mañana del día 19 de Enero de 1867, víspera de San Sebastián y festividad de San Canuto y como era costumbre por aquellos años, le pusieron por nombre el del santo del día. Desconocemos los motivos de su segundo nombre que fue por el que siempre se le conoció: Nicolás. Fue bautizado en la Parroquia de Santa María de Tafalla, siendo su madrina Nicolasa Suescun y da fe de ello el vicario Dn. Nicolás Miranda.
Durante su juventud trabajó con sus padres en la fonda familiar del Portal del Río. Aficionado a la música le gustaba tararear y tocaba el bombardino; además encuentra tiempo para aprender el oficio de carpintero, con el que, como veremos más adelante, se define.
Si continúan leyendo estas líneas, podrán comprobar que nuestro Nicolás fue un hombre «sui generis» que por sus formas y hechos se convirtió en un personaje de la Tafalla de principios del siglo XX , fuente de inspiración de una corte inmensa de anécdotas a él referidas, con mayor o menor grado de veracidad. Ya de su tierna juventud se cuenta que supo usar su afición al bombardino como instrumento para otros logros. De mozo, cuando andaba estrecho de bolsillo, ensañaba su instrumento en las proximidades de su madre Francisca, siempre atareada en la Fonda, para después solicitarle una par de reales que, en buena lógica, su madre le negaba, ante lo que el chaval contestaba: – «Pues ahora, le voy a tocar de dos reales». Acto seguido se sentaba en alfeizar de la ventana y atronaba con los bajos de su figle, haciendo caso omiso a la advertencia que su madre le realizaba sobre la posibilidad de cobrar en especies. Pero lo cierto es que, en más de una ocasión, Francisca cedía al chantaje con tal de quitárselo de encima y el mozillo se llevaba una paga extra.
Nicolás era un poco tartamudo, pero solventaba esa dificultad en el habla con gracejo y buen humor. Es quizá esto lo que en 1986 le permite eximirse del servicio militar, primero de forma temporal por tres años, y posteriormente, en 1889 de forma definitiva. El acceso a estos documentos militares nos brinda la posibilidad de una descripción más colorida que las que aportan las fotografías de la época. Nicolás a los 19 años sugiere esta descripción en el reclutamiento: Altura 1,610, pelo rojo, ojos azules, cejas al pelo, nariz regular, barba ninguna, boca regular, color sano, frente espaciosa, aire marcial, su producción fácil. Se declara carpintero de oficio y acreditó saber leer y escribir.
Durante los sanfermines de 1888, Nicolás subió a Pamplona, montado en su yegua y después de pasar una noche de juerga echó una cabezadita en un banco de la Plaza del Castillo y se recostó del lado donde guardaba el dinero. Llegó un manguis y empezó a husmear en el bolsillo libre. Nicolás sin molestarse en abrir los ojos, le dijo tranquilo: «Frío, frío que se ha equivocado de bolsillo». La sorpresa del ratero liquidó el asunto.
El abuelo se casó a los 22 años con nuestra abuela Juanita, cuyo nombre completo era JUANA MARTINEA PIQUÉ Y ECHEVARREN. La boda se celebró en la parroquia de san Nicolás de Pamplona el día 7 de Mayo de 1889. La abuela Juana Martina nació en Pamplona, el día 16 de Mayo de 1868, a las siete de la tarde y bautizada al día siguiente en la parroquia de San Nicolás de Pamplona. Era hija legítima de Antonio Piqué y Grassols, de Santa Coloma de Queralt, provincia de Tarragona y de Micaela Eleuteria Echevarren Berruete, de Solchaga (Valle de Orba o Valdorba), nacida el 18 de Abril de 1844.
Antonio Piqué y Grassols, nació en Santa Coloma de Queralt, el día 8 de Abril de 1832, hijo de Antonio Piqué y Esteve y de Teresa Grassols. Sus abuelos paternos se llamaban Magín Piqué y Marimón y Rafaela Esteve y Trullols, los cuales habían contraído matrimonio el día 15 de Noviembre del año 1758. Antonio Piqué y Esteva, nacido el 29 de Junio de 1795, era guarnicionero y murió asesinado en 1840, en la misma localidad, en el contexto de las barbaridades que se perpetraron en la primera guerra carlista. Antonio Piqué y Grassols y Micaela Eleuteria, se conocieron en Pamplona unos Sanfermines. Antonio Piqué, que había heredado de su padre el oficio de guarnicionero, había llegado a Pamplona a vender en la feria los collarones y aparejos para las caballerías que él mismo, junto con su familia, fabricaba. Pronto se casaron y Piqué ya no volvió a Cataluña; se estableció en Pamplona donde instaló su negocio de guarnicionería, en el nº 10 de la calle San Gregorio. De este hecho existe una segunda versión: la madre de Antonio, en cinta, muere poco después del asesinato de su marido. Antonio tiene 8 años. Poco después entra de aprendiz de guarnicionero y a los 16 años toma la decisión de marchar a Navarra. Ya en la comunidad foral se emplea como obrero guarnicionero hasta que se establece por su cuenta. Antonio fué muy piadoso y establece amistad con un canónigo de la catedral. El canónigo vivía con otro hermano, también canónigo y con su sobrina Micaela Eleuteria Echeverren Berruete. Pronto se hacen novios. Tras el matrimonio tienen 5 hijos, de los que la segunda es Juana Martina Pique y Echevarren.
Pero como corresponde a nuestro personaje su noviazgo no pudo ser sencillo y también tuvo sus vicisitudes. Juana vivía con sus padres en Pamplona. Eran una familia de buena posición y la joven vino a enamorarse de un pintor que no era del agrado de su padre. Antonio deseaba para su hija un joven apuesto, de buenas costumbres y guarnicionero para seguir con el negocio familiar. Para cortar por lo sano el romance, envió a Juana a Tafalla, a casa de unos amigos. Se trataba de Dña. Sabina Campos y su esposo, médico de profesión. Vivían en la Plaza Nueva con sus tres hijos de los que dos fallecieron prematuramente. Juana no tardó mucho en adaptarse pues le tenían un gran afecto. Pero en esta parte de la historia es donde aparece Nicolás que se prenda de la joven y empieza a cortejarla. La noticia vuela a los oídos de Antonio, que dado que Nicolás es fondista y no guarnicionero, decide emplear la misma técnica de la ocasión anterior y trae de nuevo a Juana a Pamplona. Pero esta vez el procedimiento fracasa gracias a la obstinación de su futuro yerno, que con frecuencia va a Pamplona montado en su caballo blanco, como los príncipes de los cuentos, y continua el cortejo. Antonio vigila al mozo y cuando lo ve acercarse al taller para ver a su amada, da la alarma para cerrar puertas y ventanas al grito de «viene Mazantini», torero célebre de la época. Pero tampoco esta estrategia da los frutos esperados y la tozuda insistencia de Nicolás termina por vencer la resistencia de su suegro en ciernes. Juana y Nicolás pasean por las calles de Pamplona envueltos en su propio arrullo.
La competencia entre madre e hijo tiene repercusión en los medios y así Francisca hace publicar un anuncio en que deja claro cual es la verdadera fonda «mediaoreja». Cien años después el Diario de Navarra recuerda la anécdota.
De lo que si tenía bien ganada fama, tanto en Navarra como fuera de ella, era su cocina. La abuela Juana era la encargada, allí trabajó como una negra, hasta su fallecimiento. Era una gran cocinera y tenía varias especialidades, entre las que destacaban: las pochas con codorniz y el conejo de campo guisado en su propia salsa, o las perdices. Los huertos y corrales de Nicolás permitían que en buena parte la fonda se autoabasteciera. Esto hacia que el origen del conejo no estuviera siempre claro, pero para que no cupiera la menor duda, lo presentaban aderezado con unos cuantos perdigones. «Lo … han cazado ésta mañana«, diría el abuelo. Y como estaba tan bien guisado y era tan gustoso, los clientes se lo comían sin dudar.
LA FONDA
Nicolás heredó de su padre, además del mote «Mediaoreja», con el que se le conoció durante toda su vida, el oficio de fondista. En este punto de la historia hay también varias versiones. Para unos la fonda de Nicolás es la que hereda de su padre, mientras para otros los desentendidos entre Juana y Franscisca, madre de Nicolás y propietaria de la fonda, hacen que los recién casados decidan poner su propio negocio para lo que compran la Fonda Cachano en el Camino Real y le otorgan el pomposo nombre de «Gran Hotel del Comercio», pero que todo el mundo conoce por «Casa Martinena» o mejor por Fonda de Mediaoreja. Fuera de una u otra forma, lo que si estaba claro era que de «Gran Hotel» solamente tenía el nombre y nada más. Las habitaciones carecían de agua corriente, no tenían baño y el mobiliario se reducía a la cama, el armario, la mesilla y dos vetustas sillas, sin olvidamos de la jofaina y, eso sí, el orinal. Sobria pero muy bien situada. Tenía grandes cuadras, bajeras, bodega y un extenso patio.
Pío Baroja visita el hotel de niño, y en el Tomo VII de sus Obras completas, “Familia, infancia y juventud” (pp. 541-542), cuenta que en 1881 los Baroja procedentes de Madrid con destino a Pamplona, pues su padre había sido destinado a esta ciudad, el tren sufrió un ligero percance y los pasajeros tuvieron que permanecer en Tafalla varias horas. Los Baroja se dirigieron a una fonda de la plaza. Sólo había una fonda en la plaza. Era la de Nicolás . Y escribe don Pío: “Para nosotros tuvo mucho aliciente el retraso, pues nos permitió jugar en un caserón grande, que recorrimos de arriba abajo. En los descansillos de la escalera había tinajas y toda clase de cacharros llenos de un vino negro, espeso y dulce. Mis hermanos y yo nos pusimos a beber a morro y nos mareamos convenientemente”.
Muy probablemente, vuelve en julio de 1914. El escritor procedía de Pamplona, duerme en Barasoain y llega «…a Tafalla y entré en una posada. El posadero era un hombre amable y nos recibió bien a
Philonous –su perro- y a mí”. Y nos dice a continuación: “Me pasé la tarde y noche en una taberna y encontré que la gente era agresiva y pendenciera. Únicamente estos ribereños se humanizaban hablando del vino, por el cual tenían una verdadera adoración. Allí el vino es un dios, un dios que hace a los hombres irritables y violentos”.
El abuelo trabajaba en la dirección del negocio; era el encargado de las provisiones, de que nada faltara en la fonda. Aunque, como ya hemos comentado, en gran parte se trataba de una fonda autoabastecida, pues tenían hortalizas, cerdos, conejos y pollos de casa -criados en aquel prodigioso corral y en la granja de «la tejería»-, había que ir también todos los días a la plaza del mercado para hacer la compra. Ya lo decía la abuela: «más vale plaza cara que despensa barata». Por aquellos años era muy raro ver a ningún hombre comprando en el mercado, era una labor reservada a las mujeres, por lo que resultaba un tanto pintoresco ver a Nicolás, con su gran cesta de mimbre bajo el brazo, comprando y regateando en los puestos de la plaza del mercado. Era un trabajo que le gustaba hacer por doble motivo; por un lado evitaba las posibles «sisas» de las criadas y por otro, le daba gusto al ojo y hablaba y alternaba con las «muetas», las criadas que iban a la compra, las pescaderas y verduleras y si alguna se descuidaba le atizaba algún que otro «pellizco».
En cierta ocasión había comprado un gran conejo que le ocupaba casi toda la cesta, un hermoso ejemplar que llamaba la atención de la gente del mercado.
¡Vaya conejo que lleva Ud.!, Señor Nicolás, le dijo una de las melindres.
– Mueta; te … lo cambio pelo a pelo, le contestó nuestro ocurrente personaje.
Otra anécdota célebre es la del queso. Era ya tarde y estaban recogiendo el comedor, cuando llegó un viajante con intención de cenar y hospedarse aquella noche en la fonda. Como las criadas estaban ocupadas le atendió Nicolás personalmente.
El citado cliente debía ser un hombre exigente que a todo le buscaba los peros; el abuelo, que ya empezaba a mosquearse, le iba sirviendo los platos de la cena, hasta que llegó el postre.
– ¿Qué … va a tomar Ud. de postre ?.
– ¿Qué hay ?.
– No queda más que queso.
– No me gusta el queso, contestó el viajante.
– Pues no hay otra cosa, ya es muy tarde y se ha terminado la fruta y todo lo demás.
– Bien, dijo el viajante y ¿de qué clase de queso es el que tiene Vd.?
– Holandés, de bola.
– Vaya por Dios. Si me gusta poco el queso, el de bola menos pero en fin, si no tiene otra cosa qué le vamos a hacer, dijo el viajante resignado; tráigame Vd. el queso.
Entonces era costumbre servir el queso sin cortar el cuarto o la mitad del queso y cada cual se cortaba lo que le apetecía. Eran otros tiempos. Total que el abuelo le sirvió la media bola y el viajante empezó a cortar y a comer, cortar y comer, cortar y comer hasta que dejó el trozo «temblando», corteza y poco más … Nicolás que le estaba observando pacientemente, cuando fué a retirarle el servicio, va y le dice:
– Oiga Vd., señor; si … no le gusta de éste ya … le traeremos de otro.
Una variante de esta anécdota nos cuenta que el viajante ante un aparente descuido de Nicolás corta una porción de queso y se la guarda en el bolsillo de la americana. Nicolás se percata y cuando el cliente pide la cuenta, Nicolás se la ofrece, cobra y mientras le da la vuelta, coge el plato que contenía los huesos y parte de la salsa del conejo que el cliente había tomado como segundo y vertiéndoselo sobre el bolsillo de la chaqueta le dice que eso también era suyo.