DIFICULTADES AÑADIDAS

Cuando, ya hace más de una década, empecé a interesarme por la genealogía de mi apellido pensaba que la mayor dificultad con la que me enfrentaría sería la de encontrar los documentos en los que se reflejaran los distintos eventos que se habían producido en las vidas de los Martinena. Imaginaba que según fuera retrocediendo en la historia y el tiempo esta dificultad iría creciendo. Por aquel entonces no sospechaba que ese  solo sería uno entre los múltiples obstáculos encontrados.

Desconocía que fue entre 1545 y 1563, en el Concilio de Trento, cuando se adoptó la norma de transmitir, y registrar en las actas bautismales, junto al nombre del neonato, el apellido del padre. Tampoco imaginaba que una norma pudiera tardar más de un siglo en extenderse por el mundo católico, como así fue. Ni que la aplicación de la misma tuviera tantas excepciones como para originar, dentro de una misma familia, hermanos con distinto apellido, como también ocurrió.

No sabía que antes de que los apellidos existieran como tales la gente recurría a apelativos para diferenciar a las personas que llevaban el mismo nombre. Así, uno podía llamarse Pedro, el del peluquero, para diferenciarse de los otros Pedros de la misma localidad o Pérez (Pero + ez) si su padre también se llamaba Pedro. En todo Euskadi, español y francés, la fuerza del nombre de la casa en la que se vivía tuvo gran influencia en la formación de estos apelativos que más tarde se transformaron en apellidos.

Así los distintos hombres y mujeres que en Euskadi vivían en las múltiples casas que tenían personas cuyo nombre era Martin recibieron primero el apelativo y posteriormente el apellido de Martinena o cualquiera de sus muchas variantes: Martiarena, Martiñena, Martirene,… O sea, que nuestro apellido etimológicamente no es sino la suma del antropónimo (nombre de persona) Martín, y el sufijo de genitivo [-rena/-ena] (La Casa de).

Pero no fue igual para todos. Durante los siglos XVI y XVII hay un choque entre la cultura vasca y la norma Tridentina. Choque que origina que una veces predomine la primera, o la segunda, o se mezclen yuxtaponiéndose, incluso dentro de los hermanos de una familia, como comentábamos al inicio.

En Ossés (Francia) hemos podido comprobar como el apellido de la madre, – Martinena, por provenir de tal casa -, se impone sobre el apellido paterno y se transmite a través del tiempo.

Pero no son estos los únicos problemas encontrados. Está por ejemplo la brillante y muy frecuente idea de poner el mismo nombre a varios hermanos de la misma familia, estando todos vivos. Otras veces hallados los documentos, ser capaz de interpretarlos es todo un reto. A veces escritos en francés antiguo, o en castellano de la época, usando términos abandonados en la actualidad y con una grafía variable en función de la habilidad y voluntad del escribiente, en muchas ocasiones se convierten en pequeños jeroglíficos.

Siempre nos resultó curioso como siendo el País Vaco Francés uno de los origines de nuestro apellido, en la actualidad no hubiera Martinena en Francia. Sabemos que algunos derivaron hacia España. Otros hacia Argentina. ¿Pero ninguno quedó en Francia? Nos parecía y nos parece enormemente extraño, y aunque aún esta pendiente de confirmación, lo relacionamos con el surgimiento de apellidos tales como «Martirene» en la misma zona geográfica (Iparralde) y coincidiendo temporalmente con la extinción de Martinena. ¿Puede ser que los Martinena franceses se transformaran en un apellido con mayor tonalidad gala como Martirene? Es ésta la posibilidad con la que trabajamos actualmente.