TAFALLA Ha sido una tentación irresistible. Como hicimos con otras poblaciones vinculadas al apellido, pretendíamos realizar una pequeña introducción sobre Tafalla, pero la generosidad de Ricardo Cierbide Martinena nos permitió tener acceso a sus memorias, escritas por y para sus nietos. En ellas describe la Tafalla de su infancia de forma tan magistral que cualquier otro intento hubiera sido vano. A pesar de su extensión, les invito a que se adentren en su lectura. El conocimiento que nos proporciona será esencial para entender el entorno de las biografías que más tarde se exponen. Tafalla , limita al Norte con Artajona, Pueyo y el distrito de Leoz; al Sur con Olite y Falces, al Este con San Martín de Unx y al Oeste con Miranda de Arga, Berbinzana y Larraga. Su término se halla entre los 630 y los 400 mts. de altura, en la banda de las tierras fronterizas entre lo mediterráneo y lo submediterráneo, con claros matices continentales y una fuerte sequía estival y con 450-600 mm. de caída de agua al año. Solo posee bosquetes de encina y ya meramente presenciales, algunos pinares de repoblación y pocas alamedas en las riberas del Cidacos.
De mi niñez recuerdo que la gente en su gran mayoría se ocupaban de la agricultura de secano: trigo, cebada y avena. No en balde entre 1891 y 1935 se habían roturado 15.188 Ha. de tierras del común. La viña y el olivar completaban los cultivos, con una fuerte tendencia a su descenso y los escasos regadíos de Congosto, la Recuela, El Quiñón y la Nava. Recuerdo que las actividades agrarias se llevaban a cabo con caballos y mulas, quedando los burros para ir al huerto, bien en unos carritos pequeños o montando en ellos. También había rebaños de ovejas que pastaban la escasa hierba del monte, los rastrojos tras la cosecha o incluso en las viñas después de la vendimia. En Candaraiz, el Saso y el Monte, junto con la Cana Vieja se las recogía para parir y pasar la noche. Recuerdo también a aquellas instituciones que tanto bien hicieron a los labradores medianos y pobres, como la Caja Rural (1902), la Bodega Cooperativa en la carretera a Miranda (1917) y el Trujal junto al Puente (1947).
De vez en cuando llegaban de fuera los llamados "visitadores" que se ocupaban de controlar a los sacerdotes, si éstos dejaban de desear y ponían las cosas en su puesto. En los sermones de Cuaresma, los predicadores, en especial los Capuchinos, sacaban los registros de circunstancia lanzando temibles castigos con voz terrible y se organizaban misiones, unas para los hombres y otras para mujeres. Soltaban latinajos de vez en cuando y es razonable pensar que algunos de ellos ni sabían lo que decían. Atemorizaban, metían miedo. Recuerdo una estrofica que cantábamos de muetes en parecidas circunstancias. Decía así:
"Que hago, en qué me ocupo, Me cuentan mis amigos de Olite que los sermones de rimbombo tenían lugar con motivo del Corpus, S. Pedro, Semana Santa y las Fiestas patronales. Todo el mundo los esperaba con impaciencia. Solían ser Dominicos de Villaba o Capuchinos. La gente gozaba de la palabra, quería que hablaran bien. Aquellos que faltaban a misa los domingos eran denunciados por el alguacil. Curiosamente, lo mismo en Tafalla que en Olite los vecinos de las dos parroquias de Santa María y S. Pedro daba la impresión que no se llevaban bien y hasta el casarse entre sí era mal visto. Entre chicos no eran infrecuentes las pedradas interparroquiales. El inmediato espacio en que discurría la vida nos marcaba a todos y todo era muy limitado. Se podría aventurar que aquella sociedad era todavía tribal. Había oficios que desaparecieron como el de las mondongueras, las colchoneras para varear la lana de los colchones, las matronas, se nacía sólo en casa, blanqueadores, carpinteros, herreros, guarnicioneros que se ocupaban de los arreos del ganado y de hacer las bolsicas para los niños cuando iban a la escuela, los afiladores, generalmente gallegos, estañadores que arreglaban pucheros y calderas, normalmente eran gitanos, sogueros, tratantes de ganado y quincalleros que vendían puntillas, hilos y botones. También había serenos que daban las horas y anunciaban nublado. Recuerdo con cierta nostalgia a los pregoneros que daban el bando anunciándose con una corneta, si éste era barato, o con caja si lo hacía en nombre del Ayuntamiento y de acuerdo con lo que se pagaba.
En los años inmediatos a la guerra civil la gente del campo vivía temerosa ante la requisa que imponía el gobierno, de trigo, vino y aceite para paliar el hambre en las ciudades y hubo años en que a causa de una prolongada sequía se llegó a carecer de la semilla para sembrar. Fueron años de mucha necesidad y sólo gracias a los servicios de la Caja Rural y la Cooperativa nuestros labradores pudieron resistir. La institucionalización de la herencia para el mayor y la vigencia del Derecho Navarro de testar, obligó a emigrar, ingresar en el seminario o en los conventos, en una palabra "a buscarse la madre gallega", o sea a espabilarse. Fue muy conocida la marcha de mozos a Argentina los años 14. Muchos se quedaron y otros, como mi padre, sólo aguantaron unos meses. La gran crisis del 2000 dio con todos en la cuneta. La vida era forzosamente dura, con poca piedad para los débiles y hasta violenta con frecuentes altercados en la taberna. Sólo la solidaridad de la buena gente, como mi madre, lograba paliar el hambre de no pocas familias. Se pegaba con frecuencia. No podía ser de otra manera, ya que a la estrechez de la vida rural había que sumar una guerra sin cuartel de tres años de duración y una posguerra de miseria.
El pan se obtenía de la harina de casa, en la que primero se cernía en una larga artesa y después de amasada se dejaba por la noche bien cubierta con un poco de levadura y a la mañana siguiente se llevaba al horno del barrio y antes de ponerla a cocer, se ponía la marca en lo que serían hermosas hogazas. Al sacar el pan todavía caliente se echaba un chorrico de aceite, para darle color y gusto. Mi hermana Ramonita que se ocupaba de estas funciones también hacía unas tortas riquísimas, pastas redondas y las ensaimadas con los chanchigorris o chinchortas de la manteca frita del cerdo. Los cutos o cerdos, dos por casa de mediarreja y tres para las de bien, se criaban en casa con las peladuras de las patatas o las muy pequeñas, con salvado y verduras. A fines de noviembre, a todo cuto le llega su San Martín, o en diciembre cuando arreciaba el frío, se sacaba el cuto de la cochiquera y o bien se le sacrificaba en la placeta, o mejor se le llevaba al matadero, de donde se le traía abierto en canal. Aún estoy viendo cómo lo subían al piso de arriba en la calle Sta. María, n°16 y con ayuda del matarife se procedía a cortar el tocino, sacar los perniles, y con la sangre y arroz se hacían las morcillas y también la txistorra y la birica, ésta más ordinaria porque sus ingredientes eran los pulmones y el bazo. Con el hígado, la cabeza y las asaduras bien encebolladas se guisaba un plato muy sabroso que compartíamos todos. La generosidad de la madre y su amor por los necesitados eran los responsables del llamado presente que siendo niño llevaba en una cestica a los Escolapios o al Párroco de St. Maria. ¡Ah, hermano cuto, santo de todas las casas, criado y mimado para alivio de todos!. Eran la hucha de la casa. El vino lo traíamos en uno o dos garrafones de la cooperativa y era un tinto de garnacha, recio, de mucho tanino y se guardaba en la fresquera que había en la entrada, debajo de la escalera. Los mayores lo bebían con mucho agrado y era dieta obligada en todas las casas de labranza. Sólo los domingos el padre tomaba una copica de cognac de la Cooperativa, o mistela. Mis amigos de Olite me cuentan que venían desde Soria algunos hombres para ganarse unos jornales en la vendimia y éstos traían en sus alforjas alubias, garbanzos y tocino, siempre lo mismo, y unos cepos para cazar pajaricos. Se comían a veces los gardachos, las ancas de rana, pajaricos y ratas de agua. Si perdías los dientes estabas condenado a comer sopicas de ajo o de leche, si la había. Me cuentan que si la tierra distaba mucho de la casa, los hombres se pasaban de lunes a viernes solos, con sus caballerías hasta que remataban la faena. Siendo honestos habría que decir que la tierra acabó devorando a toda aquella generación. Y ya para terminar esta introducción en la que he intentado con objetividad acercarme con ayuda de mis amigos y de mis recuerdos al medio geográfico, social y familiar en el que nací y transcurrieron mis primeros once años y que sin duda condicionaron mi vida, me gustaría hablaros de la educación y del navarrismo de mi gente. ¿Qué se enseñaba en las Escuelas de mi niñez en Tafalla o en Olite, por poner un ejemplo?. Las cuatro reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir. La enciclopedia, algo de aritmética, a leer, escribir, caligrafía y problemas. En lo religioso se aprendía de memoria el Catecismo de Astete. Sólo los más pudientes cursaban bachillerato. En las casas eran contadísimos los libros. Recuerdo que se conocía la obra del Padre Coloma y en Olite los frailes Franciscanos prestaban libros (novelas del s. XIX), como "La flor del durazno". Los hombres iban al campo al salir el sol y volvían con el crepúsculo, claro está, no leían. Recuerdo que eso de salir al campo los domingos a penas si lo hacía nadie, ya que, no se olvide, pasaban todos los días en él. Me hace gracia la visión utópica de los soñadores que se imaginan que nuestros mayores se extasiaban con los amaneceres y el atardecer. ¡Qué poco afecto existía en el seno de nuestras familias! El padre no besaba nunca a los hijos y tratábamos a los mayores de Ud. El autoritarismo era ley sin rechistar, no se discutía nunca con el padre, mandaba y basta. La madre era la que administraba, organizaba la casa, la limpieza, la educación, todo. El padre se ocupaba del campo y con los hijos mayores trabajaba duro. Todos eran austeros y sufridos, pero generalmente no querían que sus hijos fueran labradores. La gente sin excepción se sentía orgullosa de ser navarros y quien más, quien menos, tenía una cierta idea de los Fueros. No olvidemos al carlismo, la participación en la guerra como requetés y la influencia de la Iglesia. Todos sentían un gran respeto por la Diputación y sobre todo por Navarra.
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