Mi admirado Josep Borrell(1) decía recientemente en un discurso que «las fronteras son cicatrices grabadas en la piel de la tierra«, a lo que yo solo añadiría: «de heridas hechas por los hombres». Nunca tuvieron sentido las fronteras, ni antes, ni ahora. Aunque para llegar al summun del absurdo ya tenemos la frontera que separa Iparralde de Navarra, y si se quiere, por extensión, de Euskadi.
Un mismo pueblo, un mismo idioma, una misma cultura que se desarrolla en las dos vertientes de los Pirineos con intercambios continuos y permanentes y que los avatares políticos históricos hacen que se dividan por una frontera realmente inexistente. Una frontera que como decía Descheemaeker en 1948 : «elle ne tient compte ni du tracé de la nature ni de celui de la géometrie ou de la logique» (no tiene en cuenta la trama de la naturaleza o la geometría o la lógica).
Hay un trabajo muy curioso sobre el dilatado tiempo que se llevó la realización de la linde en esta frontera. No me extraña. Hacerla fue un desgraciado portento de imaginación.
Para los Martinena, Iparralde será, en muchas ocasiones, nuestro origen. Allí nacieron nuestro Adán y nuestra Eva comunes.
A diferencia de lo que ocurre en la Navarra peninsular los registros de Martinena en Iparralde durante el siglo XVI son muy escasos. Tanto que se resumen en tres:
Dos registros, que creemos hacen referencia a la misma persona, de litigios ante la Corte Real de Navarra interpuestos por CRISTOBAL MARTINENA, vecino de Sara.
Una referencia a la existencia de una casa y molino de Martinena en Ossés.
No tenemos nada más. Esta situación cambia drásticamente cuando iniciamos el siglo XVII. Los registros se multiplican en cantidad y en diversidad de localizaciones aunque existe una clara concentración en Sara y, de menor cuantía en Ossés, localidades a las que dedicamos un apartado específico.
(1) Josep Borrel. Octubre 2017. Disponible en url: https://www.eldiario.es/catalunya/Josep-Borrell-fronteras-cicatrices-levantemos_0_695030742.html