Parece probable que la «caza de brujas» tuviera una significativa intensidad en el sur de la vecina Francia durante el siglo XVI, atormentada por las Guerras de Religión entre católicos y calvinistas (hugonotes). En contra de la suposición generalizada, estas causas por brujería fueron juzgadas mayoritariamente por tribunales civiles y, en mucha menor medida, por la Inquisición y por tribunales episcopales.
(http://www.mercaba.org/DOSSIERES/brujas.htm)
En este contexto, María de Ximildegui natural de Zugarramurdi, denuncia ante el párroco Felipe de Zabaleta las prácticas de akelarres por parte de Estebania de Navarcorena y otras compañeras, vecinas también del pueblo. María había vivido desde niña en Ciboure, pueblecito de Francia próximo a la frontera, en la costa atlántica de San Juan de Luz, donde aprendió las artes de la brujería. Según su confesión, la fuerte persecución que se hacía contra ellas, le obligó a volver a su pueblo como sirvienta con la intención de olvidar la brujería, para lo que solicito perdón y fue bautizada nuevamente.
A su vuelta pronto advirtió que, en unas cuevas existentes a las fueras del pueblo, había algunas mujeres que se reunían para practicar la brujería asistiendo a akelarres, tal como ella había hecho antes en Francia.
Ante la denuncia fray Felipe de Zabaleta, llamó a las implicadas y las obligó a hacer pública confesión de su mala vida y renunciar a su condición de sorguiñas (brujas en vasco), cosa que parece ser aceptaron de buena voluntad, pues ignoraban que hicieran mal a nadie con sus akelarres y sus fiestas.
Bajo el impulso del reverendo fray León de Araníbar, abad del monasterio de Urdax, población cercana a Zugarramurdi, el caso llega al Tribunal del Santo Oficio de Logroño, bajo cuya jurisdicción se encuentra Navarra. En él se celebra un Acto de fe que iniciado el 4 de Enero de 1609 finaliza con la condena de más de treinta personas, de las cuales 6 fueron quemadas vivas y otras, entre 5 y 13, en efigie(1), el día 7 de noviembre de 1610, domingo.
Entre ellas estaba Maria de Arburu, anciana de 70 años que había sobrevivido a los dos años de cautiverio. María de Arburu era la viuda de JUAN DE MARTINENA, molinero de Zugarramurdi. Su hijo, fray Pedro de Arburu, de 43 años fue condenado a renegar del diablo y volver a comulgar en el cristianismo y a 10 años de condena.
Lo verosímil
La inmensa mayoría de los cultos que se practicaban en esta zona estaban estrechamente relacionados con tradiciones de la teogonía vasca. Los lugareños eran tradicionalmente adoradores del Sol y de las fuerzas de la Naturaleza, representándose en la diosa Mari. De la misma forma se daba culto a Aker, encarnado en un macho cabrío, que representaba la virilidad, la caza, etc. Según la filología vasca las participantes de estos eventos eran conocidas como las sorguin, cuyo significado es «hacedoras de suerte». En los encuentros se tomaban diferentes ungüentos alucinógenos. Estas pócimas alteraban el nivel de conciencia y de realidad. En estos «viajes», con síntomas muy parecidos a los que produce el ácido lisérgico y sus derivados, las experiencias místicas se desataban. Mientras en diferentes zonas de Europa el psicotrópico más conocido y utilizado era la mandrágora, en España el ingrediente que se usaba eran las bayas de endrinas, con efectos muy similares y con la que curiosamente se realiza el famoso y popular pacharán, brebajes que se consumían buscando otra perspectiva de la realidad, un contacto más profundo con la Naturaleza y el ser interior, según apuntan diferentes eruditos en la materia. Todas las investigaciones y estudios antropológicos demostrarán que la Iglesia persiguió a hombres y mujeres de una forma que podríamos catalogar de injusta, atroz e incluso psicópata, por rendir culto y adorar a dioses paganos para el cristianismo de aquellos tiempos. (www.akasico.com)
NOTA: Una descripción detallada del proceso puede leerse en la novela de Pedro Sanz Lallana, disponible en: http://home.soria-goig.com/historia/pedrosanz/resplandor_01.htm
(1) Relajada en éfigie: Al haber fallecido en prisión pero siendo condenatoria la sentencia, se quemaban sus restos asi como su efigie (el muñeco de piedra-carton que le representaba en el juicio).